martes, 23 de octubre de 2007

Calia es un hijo de puta (parte 1)

Las tres de la mañana. Gonzalo, su novia y yo en el bar de siempre, el ruido de bar, botellas que desbordan la mesa y entonces llega Tetti, que es apenas amigo del hermano mayor de Calia, casi un desconocido, que si bien fue a la misma secundaria que yo, él iba a la mañana y yo a la tarde. Ahora parece que tiene algo para decirme, y me dice como andás, querido, estuve en lo de Calia, hablamos mucho con él y su hermano, y sabés que me parece que tenemos una chica en común. Yo pongo cara de nada, pero que hayamos estado con la misma chica a él le parece un motivo de unión.

Hace tres años, me dice, en un seminario de teatro, conocí a una tal Julieta, y Calia me contó que vos la conocés...

Pienso que Calia es un hijo de puta, y mientras Tetti no deja de hablar, Gonzalo y Celina tratan de cambiar de tema para que a mí no se me ocurra armar un escándalo. Julieta es mi novia.

-¿Tu novia? Mirá, no sé qué decirte, no sabía, en serio...

-No te preocupes, cuando estuvo con vos yo ni siquiera la conocía.

Tetti es demasiado idiota como para hacer algo así a propósito, y lo que más me jode es que mi novia haya podido estar con alguien tan imbécil como él.

Tetti, entonces se va, y Gonzalo dice:

-¿Por qué mierda tiene que venir alguien a hablarte de eso? No entiendo...

-No sé Gonza, la verdad que no sé...

La noche se termina, igual que la cerveza y el dinero. Terminamos de fumar un porro mal armado y nos despedimos en la calle. Gonzalo se va con Celina y yo tengo que caminar quince cuadras para llegar a casa.

Ahora faltan cinco cuadras y hace diez que pienso en contarle esto a Julieta. Pero me hago una promesa: nunca se lo voy a contar. Nunca.

jueves, 11 de octubre de 2007

la muerte de superman

El puesto de diarios estaba en un pueblito donde se conocen todos y no hay ningún secreto. Con Salvador teníamos la plata para comprar la historieta más importante del mundo: “la muerte de Superman”. Quedaba sólo una: en la tapa estaba superman moribundo y ensangrentado. Estábamos por comprarla a medias, pero entonces otra revista nos llamó más la atención. Creo que Salvador también prefería esa otra, pero no se animaba a comprarla. Que la kiosquera conociera a mis padres hacía todo mucho más difícil. Cuando yo era chico había una vedette que estaba de moda y a nosotros nos parecía la mejor. Y en la tapa de esa revista estaba ella.

No me importó preguntarle a la kiosquera por esa revista: después de todo, ella también debió habérsela comprado a alguien, pensé; así que debería saber qué se siente.

-¿Cuánto sale?

-¿Esa?

-Sí, esa

-Necesitas autorización de tu papá

-Mi papá me deja...

-Bueno, entonces que venga con vos, o que te firme una nota.

Salvador estaba nervioso y también algo decepcionado porque no iba a enterarse de quién había matado a Superman, pero esa vedette con sus medias de seda negra era más fuerte que Superman.

En mi cuarto, con una hoja en blanco, los dos en plena falsificación.

Autorizo a mi hijo Franco Giraldes a comprar la revista Erección.

Rubén Giraldes.

Se notaba que era la letra de un chico de diez años, pero no nos importaba.

La mujer del kiosco leyó la nota y preguntó si de verdad la había escrito mi papá. Le dije que no, que la había escrito yo, pero que la había firmado mi padre.

Del kiosco de diarios fui con Salvador a la guarida secreta donde habíamos planeado leer juntos la muerte de Superman. Ahora abríamos aquella revista; era pesada, las páginas eran gruesas, las fotos a color en hojas que se desdoblaban y formaban poster que ya podía ver colgados en las paredes de mi habitación. Una y otra mujer, mujeres y más mujeres, todas rubias y hermosas y lo mostraban todo... y en la mitad de la revista, con tacos altos y medias negras de seda, aquella vedette, arrodillada en una cama, mordiéndose la uña del dedo índice y mirándonos a los ojos. Sus bucles rubios caían sobre sus pechos desnudos... y entonces entendimos quién había matado a Superman.

lunes, 1 de octubre de 2007

la vuelta de un ido... (el texto: 15)

Quince años, maravillosa edad donde comienzan los sueños. Te invito a disfrutarlos conmigo. 21 hs. Jardín Japonés. Elegante sport.

Estamos por salir. Ya estuve en el Jardín Japonés y es un lugar hermoso. ¿Cuánta plata le saldrá al padre de Lucía una fiesta así? No me imaginaba que tenía tanta plata.

La mamá de Nico nos junta a los dos, peinados de saco y corbata, aprieta el disparador, el flash nos quema los ojos.

-Esperen, una más.

El papá de Nico parece enojado. No le gusta que yo me junte con su hijo. Nico tiene una corbata de Racing y la mía es de Tom y Jerry. El padre de Nico insistió en hacerle usar una corbata de hombre, pero no lo convenció.

Llegamos a un salón lleno de gente, de mesas con centros de mesa y manteles blancos. Todas las chicas con vestidos largos y zapatos; los chicos, traje o pantalón de vestir; con Nico nos miramos a los ojos y por una vez estamos en regla.

Aparece el Negro. Flaco, petiso como siempre, y ahora, con cara de perdido nos sonríe desde lejos.

-¡Negro sucio!... ¿En alpargatas?

-¿Cómo te dejaron entrar así?

-Y por qué no me van a dejar, si tengo corbata...

Nos reímos sin parar. El Negro en alpargatas, unos jeans, corbata gris y un saco del padre.

-Sos un Negro sucio...

Nico tentado, sólo habla para decir lo negro que es el Negro, y el Negro empieza a ponerse colorado, se lo veo en la cara. Sabe que cuando lleguen los demás se van a prender en la joda, pobre Negro.

Aparecen Horacio y Gastón.

-¡Negro, viniste en alpargatas, si la mamá de Lucía te ve, te mata!

-Jaja, en alpargatas. Sos un grasa, Negro...

El Negro respira hondo y se apagan las luces. Nos sentamos a la mesa, se prenden unos reflectores, suena una canción romántica y entra Lucía. El Negro aprovecha para molestar a Nico:

-Mirá, se vistió así para vos...

-Callate Negro alpargata.

Gastón y Horacio se ríen, mientras Lucía, en el medio de la pista, baila el vals con su papá.

-No es el papá, es el novio de su mamá.

-Es lo mismo, después de él vas vos, Nico.

Nico sabe que en algún momento tiene que sacarla a bailar, pero no está seguro de cuándo. El Negro trata de convencerlo de que la saque lo antes posible.

-Tenés que ir después del hermano menor.

Nico se levanta y parece decidido. Se acerca. El hermano de Lucía lo ve y le ofrece seguir con el baile. Nico y Lucía quietos para la foto y después se retoma el baile. Nico no sabe bailar. No flexiona las rodillas ni un poco, parece un robot, y además se nota que ella no gusta de él.

El baile no se termina nunca, nadie va a rescatar a Nico, y Lucía no sabe qué hacer. Termina el vals y ellos se miran a los ojos con cara de haber sido torturados, pero se alejan con una sonrisa.

-¡No la sacaron y me dejaron ahí como un idiota!

Ninguno se hace cargo de nada. Se apagan las luces y ponen música disco: todos salen a bailar y nosotros vamos a caminar por la pista. Nos cruzamos con Lucía y la saludamos.

-No me sacaste...

-No sé bailar...

-Nico tampoco pero igual me sacó.

Lucía gusta de mí y sus amigas esperan que yo esté con ella. Nico gusta de ella, pero me parece que él no espera nada, no se da cuenta o no le importa. Gastón siempre se mete con las más chiquitas. Ahora habla con la prima de Lucía que debe tener, no sé, once años, aunque la verdad es que parece más.

Un trencito de gente se lleva a Lucía y con el Negro salimos al parque. Afuera hay lagos, islas y puentes.

-De día se ven peces de colores, grandes como tarariras, pero no muerden.

Yo hablo, pero el Negro no me presta atención. Veo que se mira de lejos con una chica y parece que voy a quedarme solo. ¿Y Horacio?

La voz de Lucía desde atrás:

-Está charlando con Camila.

-Y vos por qué saliste, si es tu cumple.

-Para hablar con vos.

Desde la puerta dos de sus amigas nos miran y se ríen: se llevaron al Negro para dejarme solo con Lucía.

Vestida de blanco, se sienta junto a mí, los dos solos en la orilla de un lago artificial del Jardín Japonés. Seguro que ella piensa que todo está perfecto.

Nico se moriría por estar acá y yo quisiera cederle mi lugar, pero no puedo. Pero ella no tiene que darse cuenta de nada, su fiesta tiene que ser perfecta.

Charlamos un montón de tiempo hasta que le digo que va a perderse toda la fiesta, pero me dice que no podría estar mejor. Supongo que es el momento que ella elegiría para ser besada, así que la beso. Le acaricio la cara y la espalda mientras nos besamos sin que nadie nos vea. Estamos casi escondidos, en alguna parte del Jardín Japonés, sentados en un banco lejos de la fiesta.

De repente, junto a nosotros hay un tipo grande. ¿Será el padre de Lucía? Me doy vuelta y me ve. La mira a ella con cara de enojado.

-¿Viste a tu prima?

-No

-La estoy buscando, creo que la vi por acá...

Cuando el tipo se aleja, Lucía me dice que es su tío y que es muy celoso. Me da risa pensar en Gastón. Ahora se escucha un ruido y en seguida un grito: Gastón y la prima estaban a metros de nosotros y ni nos dimos cuenta. El hombre los descubre y les grita, Gastón corre por su vida y se mete en la fiesta. El tío arrastra a la prima hacia el salón.

-¡Lo voy a matar!... ¡lo voy a matar!... ¡Tiene diez años!

La música sigue mientras en la pista se forman dos grupos de gente. Algunos parientes de Lucía tratan de calmar al hombre. Le dicen que bebió demasiado, que trate de calmarse. Gastón es un fantasma, y el Negro no puede más de la risa, Nico igual. Voy hacia ellos. Un alivio alejarse de Lucía.

-Este siempre en quilombos...

-No parece de diez años, parece de más...

Se acercan dos señoras y le piden a Gastón que se vaya. Gastón acepta. Nosotros decimos que vamos a acompañarlo hasta la puerta, pero nos vamos con él. Cuando estamos afuera nos reímos todos juntos. Decidimos caminar por la zona. Nico, el Negro, Gastón y yo, los cuatro nos sacamos las corbatas, nos inspeccionamos la ropa y al parecer el que ahora está más cómodo es el Negro, contento de estar en alpargatas y pantalón de jean.

-¿Pasó algo con Lucía?

Parece que ella le importa después de todo.

-No, charlamos un rato, pero no pasó nada...