jueves, 27 de diciembre de 2007

Casi sin moverse

En diez minutos bajo a comer: el mejor momento del día. De todas formas, asociar el almuerzo con la hora más feliz ya es un problema: comer arroz con carne o pescado todos los días hace engordar.
Son las doce y cincuenta y tres, para bajar faltan siete minutos. En realidad cinco, porque si faltan tres minutos es ya la hora en punto. Es una regla: doce y cincuenta y siete es igual a trece horas.
Con el comedor a un metro por debajo del nivel del suelo hay que agachar la cabeza para entrar. Tras el mostrador, dos mulatas gigantescas: Doña Lucía y Aidé que te sirven un plato de sopa y una montaña de arroz con carne o pescado o pollo, por lo general con alguna salsa. Es obligatorio comer todo y hasta tomarse el jugo.
Mis compañeros comen en el rincón de siempre. Aidecita me alcanza un plato de arroz con carne y yo al recibirlo le digo que hoy no quiero sopa. Con el jugo, los cubiertos y el plato camino a sentarme con mis compañeros.
Hay tres mesadas largas con banquetas y ellos están al final de la primera. La charla es sobre qué harían si se encontraran un teléfono celular muy caro por la calle y al levantarlo sonara: David dice que lo atendería y lo devolvería. Cree que hay que experimentar con sensaciones de ese tipo, con lo que surge cuando se devuelve algo a un extraño o cuando se hace una acción solidaria. Olga está muy corta de dinero, así que lo conservaría. Marco nos cuenta que hace poco encontró un celular en el baño del trabajo y lo dejó en recepción, pero sólo por miedo a que hubieran cámaras en el baño. Yo le digo que es un paranoico y que no es lo mismo, que él lo devolvió por miedoso; él entonces dice que depende de si se está en un mal o en un buen momento. Olga se retracta: la Biblia dice que no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan. Yo lo devolvería, dice, y además no sabría qué hacer con otro celular, no conozco nadie que compre ni que venda cel….
Ya no los escucho, ellos siguen con el tema y hasta Cristina, que nunca dice nada, interviene en la discusión.
El arroz: todos los días medio plato, más doce horas de estar sentado, va a hacer que me crezca el culo y la panza. Primero el culo. La carne no está mal, aunque podría estar un poco más salada. Por lo que veo la sopa tiene algo de pollo o mollejas, no sé, pero igual es una suerte no haberla pedido.
Le pregunto a Olga:
-¿Y si tuvieras un amigo drogadicto qué harías?
-En el colegio de mi hijo un compañero de él se hizo expulsar por defender a su mejor amigo que era drogadicto. Yo lo acompañaría, trataría de estar con él.
-Yo me drogaría con él. –dice Marco- para ver qué le hacen.
El resto, entre risas, empieza a dar sus opiniones. Cristina, David, Olga, todos hablan casi a la vez. Yo tomo mi plato vacío y me pongo de pie.
Marco me dice algo.
-¿Qué…?
-Que me esperes –me dice con la boca llena de sopa –podemos ir hasta… Y me guiña el ojo.
Se levanta y caminamos hasta mi departamento. Un sol fulminante, no hay nubes y hace demasiado calor… en camisa, pantalón y zapatos no se puede estar.
Subimos la escalera, entramos al departamento, vamos hasta mi cuarto, él mete la mano en su bolsillo y saca una zanahoria envuelta en papel de diario. Está traspasada de un lado a otro y tiene un hueco en una punta.
-¡Ya te dije que no ibas volver a pisar mi casa si traías esas verduras podridas…! y tu pobre madre, que encima de vivir con un adicto a la marihuana tiene que soportar que le robes las frutas para usarlas como pipa… ¿no pensás en tu pobre madre, que se va a morir de hambre por tu culpa...? Y para qué, para que ni siquiera las comas …
-La zanahoria la compré yo. –dice Marcos. –me costó sólo diez centavos.
Él fuma y mira la calle por la ventana, yo me quedo recostado en el sillón.
Fumo, contengo la respiración, retengo el humo todo lo posible, exhalo. Sólo tres pitadas, hay que volver al trabajo. Charlamos un poco de las distintas formas de bailar. Él tiene un paso con el que, según dice, uno puede bailar casi sin moverse. Yo digo que la gente baila porque le gusta moverse pero él dice que no, que es al revés, que a la gente le gusta moverse y por eso baila. Yo le digo que es lo mismo, y que su baile debe ser una mierda. De todas formas él empieza a bailar con una estúpida sonrisa en la cara, muy lento, casi no se mueve. Eso nos hace reír, y entonces le muestro mi versión. Ahora bailamos sin música, casi sin movernos pero con estilos diferentes hasta que él pasa al baño.
Después entro yo, él se acerca a la puerta y le digo que baje, que vaya primero así no llegamos juntos y nadie sospecha nada. Él sale.
Agrego un poco de agua a un resto de enjuague bucal y me hago un buche. Después un poco de desodorante y me siento unos minutos a tocar la guitarra para no llegar al trabajo con cara de loco.
Salgo de casa, cierro con llave, entro a la oficina, me cruzo con varias miradas y me siento a escribir en la computadora. Recién son las dos y cincuenta: faltan casi cuatro horas para volver a casa y ahora pienso en si voy a ir o a faltar al gimnasio. Cuando hablo del tema con Marco, él ríe y me dice que prefiere ir a fumar a mi casa, que el gimnasio es para gente que tiene problemas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

que empiece el año con todo lo mejor.

Lo mejor.

cariños y salutes!

Unknown dijo...

ahora q hay año nuevo.

y la dividida cobra un sentido poetico geografico mayor, casi de expulsiòn de verdades y de una necesidad intrìnseca.
cuanto humo.

ahora q extraño al viejo goma depresivo y humilde.

y al croata depresivo y humilde.

te digo: Marco, es el paladìn de la verdad.

y te saludo. año nuevo. vida misma.

Anónimo dijo...

oooooooooooooo me hizo reir tu cronica marciana
lo que son los trabajos che!
todos cronometramos algo
el cigarro la comida la salida
como perros de pavlov

My Favorite Record dijo...

Estoy de acuerdo con Marcos, el Gym es para los que tienen problemas, mejor fumar porro que es para los que no quieren tener problemas.

Anónimo dijo...

lainman... no le anda internet... quel domage... ! tan creativo que anda últimamente...